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sábado, 19 de noviembre de 2011

El pabellón de la experiencia

      La sala de crónicos: Mujeres mayores que llevaban allí casi toda su vida. La mayoría llegaron de niñas, con historias tristes, tiernas, dolorosas, dramáticas... En algunos casos fue un hecho traumático el que desencadenó el desarrollo de la enfermedad mental. Otras fueron abandonadas  por su condición de enferma mental y el Hospital o la Diputación (beneficencia) se hicieron cargo de ellas.


      Angelita vivía con su familia en una granja, donde desde bien pequeña, ayudaba en las tareas. Como cada mañana se dispuso a dar de comer a los cochinos del cubo que había preparado su madre con pienso, mondas de patatas y otros restos de comida. Aquél día los cerdos estaba nerviosos y Angelita se extrañó de que le hicieran poco caso. Al acercarse a investigar, descubrió horrorizada un feto humano parcialmente devorado. Angelita nunca volvió a ser la misma y su familia hubo de internarla en un centro. Ingresó con 12 años y cuando cumplió la mayoría de edad, decidió quedarse para siempre. El hospital es su mundo y su familia. Allí trabaja y colabora. Ni pensar en irse.



      A Rosario le recogieron en una casa abandonada, donde malvivía con otros miembros de su familia. Estaba sucia, enferma y con el cuerpo lleno de mordeduras de rata. Era una niña rara, apenas hablaba y parecía más un animal que un ser humano. Ingresó en el psiquiátrico y nunca quiso abandonarlo. Allí se ha sentido siempre en casa. Limpia, caliente, con las necesidades básicas cubiertas. Rosario no habla, pero es animosa, solidaria y trabajadora. Te hace cualquier favor que le pidas, ayuda, colabora y se preocupa por sus compañeras de pabellón. Es solidaria y eficiente. Sólo cuando se le tuerce el día es mejor no cruzarte en su camino. A pesar de los años gasta un mal genio....


      Como éstas, muchas otras historias sociales terribles, conmovedoras. Mujeres que formaban parte de la unidad de Santa Micaela. Algunas llevan tanto tiempo juntas que ya son una familia. Y nos acogen y nos adoptan cuando vamos a trabajar. Porque por más tiempo que llevemos allí, ellas siempre llevan más. Y por más nuestro que hagamos el botiquín, el hospital les pertenece a ellas...


      Mucho que aprender, mucho que escuchar y tanto que agradecer. ¡Qué contar de este contrato!... Me llevé el corazón cargado de emociones. A algunas de estas mujeres solo les acompañé los últimos momentos. A todas las llevo conmigo y procuro no olvidarme. Como en todas partes tenía mucha labor, mucho trabajo, muchas tareas, pero fue uno de esos lugares en los que obtuve con diferencia, mucho más de lo que daba. Cien veces por lo que yo les entregaba...


No dejéis de ver este vídeo "El valor de las palabras" 



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